sábado, 28 de enero de 2012

Hiel


HIEL

«…joderme», repite Martin saboreando la palabra. Descubre con fruición los matices con que inunda este vocablo el paladar: al principio con las patadas percibe el gusto ácido de la superioridad, seguido del dulzón del sometimiento al abofetearla, y cuando la agarra de los pelos y le propina unos puñetazos, gotas de sangre le salpican el rostro notando entonces el placer triunfante del acero.
Hastiado, se deja caer junto al cuerpo inerte. El sabor amargo de unas lágrimas  que manan de su recóndito ser le trae a la memoria la imagen de un niño apaleado que escucha como una letanía: «Te dije que no intentaras…».

viernes, 13 de enero de 2012

Paréntesis (entre cuento y cuento)


—El jetlag le pasa al que viaja en avión porque no le da tiempo al alma a llegar tan rápido.

—El bolígrafo es rebelde y solo obedece en superficies horizontales.

—Los rostros asimétricos que dibujaba Picasso son considerados surrealistas, pero si te fijas hay mucha gente así.

—Eso del lugar y el momento equivocados no es cierto; la bala perdida tenía muy claro su objetivo antes de ser disparada.

—No tiene ningún aliciente el encontrar una aguja en un pajar.

—El primer fabricante de coches de Gran Bretaña no era zurdo, es que ese día estaba chistoso.

—Las emociones son los disfraces del psicópata. Las guarda en un baúl y las utiliza en las ocasiones señaladas.

—Los tapacubos de los coches tienen una vena independentista: marchan por su cuenta y luego terminan tirados en la cuneta.

—El moratón disfruta muchísimo combinando la paleta de colores del cuerpo.

¡Cómo pasa el tiempo!, se lamenta la señora que va a la peluquería a retocarse las raíces.

—Al mosquito bien alimentado le cuesta más emprender el vuelo. ¡Zas! Uno menos.

sábado, 7 de enero de 2012

Hasta la sepultura


HASTA LA SEPULTURA

—«No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante».
Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café todas las noches. No entiende por qué su reducido mundo se ha vuelto tan amenazador: las patas de los taburetes le ponen la zancadilla, los posos del café sentencian con más autoridad que ella, una aceituna negra le persigue por el local… Todo le molesta: el ruido, la música, las carcajadas… «¡Pero bueno, que aquí mando yo! ¿Es que no queda ninguna consideración?». Nadie oye sus bufidos, normal: solo le permiten bajar cuando todo el mundo se ha ido.
Consumida en su lecho hediondo, ronca cual bestia parda y al despertar cada tarde repite la misma cantinela. Cuando el nuevo propietario echa el cerrojo al local, la enfermera relaja la vigilancia y le permite descender las escaleras que comunican con el bar; no es por caridad, es que así puede descansar ella un ratito. La vieja regresará más tarde con el aliento aguardentoso y dormirá del tirón. ¡Vaya mierda de empleo!
Doña Rosa lleva una temporada tocando fondo. Esta noche se ha pasado con la botella y ha decidido que es hora de abandonar, ¡ya ha trasegado bastante! El maldito túnel que en otras ocasiones ha evitado por su negrura refulge hoy con un brillo especial que confunde con un tesoro. Motivada con esta nueva perspectiva, avanza delirando hacia el más allá.
¡Ay! Esta mujer no tiene remedio.

Desilusión


DESILUSIÓN

Olivia sonríe feliz cuando sale a pasear con su abuelito por el parque y se detienen en las tiendas, en los bares, en el mercadillo… Todos se desean suerte mientras intercambian unos cromos que ella no conoce; le gusta mucho ver a la gente tan contenta.
Pero esta tarde algo le inquieta. No se explica por qué el abuelo está rompiendo en mil pedacitos todas aquellas papeletas con cifras y dibujos de colores que con tanta ilusión habían comprado juntos estos días atrás.
Como no entiende nada, prefiere mirar la tele; hoy salen unos niños que no paran de cantar números.

viernes, 6 de enero de 2012

Haiku

HAIKU

Perezosa cae
Una gota de tinta
Mi voz impresa

Ángel


ÁNGEL

Hoy es nuestro cumpleaños y Mamá me ha pedido que esta vez te escriba un cuento:
“Una lluviosa tarde de diciembre nacimos los gemelos. Yo no me hice esperar, pero tú parecías no tener ninguna prisa. Con mucho esfuerzo lograron sacarte, pero el retraso provocó una falta de oxigeno en tu cerebro, por eso fuiste un niño diferente.
Todo lo vivías de manera apasionada. Cuando una tormenta nos pillaba desprevenidos,  yo corría para guarecerme,  pero tú te quedabas parado en mitad del aguacero, elevabas la vista al cielo cerrando los ojos y abrías muuucho la boca, saboreando la lluvia. Tenía que tirar de ti  y siempre llegábamos a casa calados, muertos de risa.
Aplaudías y te agitabas entusiasmado cuando mezclábamos los colores de las témperas. Te hipnotizaba el aroma de los tintes y te asombrabas al ver cómo, por arte de magia, el amarillo y azul se transformaban en verde, el rojo y amarillo, en naranja. Feliz, fuiste descubriendo una paleta de infinitos colores.
¡Y qué gritos cuando sacábamos la plastilina! A la bola blanca que acariciabas con mimo le añadíamos dos patitas marrones, un pico amarillo y una cresta roja y aparecía ¡una gallinita! Insistías testarudo hasta que te modelaba unos polluelos, pío, pío. Entretanto tú formabas unos huevos —un poco desproporcionados—, pero huevos, al fin y al cabo.
Cada tarde te sentabas cerca de la puerta sin saber la hora y esperabas el tintineo de las llaves de Mamá, para ser el primero en saltar a su cuello y llenarla de besos.
Esta mañana hemos comprado unas flores rojas que huelen muy bien. Como siempre por estas fechas el cielo está encapotado. Ojalá llueva, así Mamá y yo podremos agarrarnos fuerte de la mano y beber de las mismas gotas  de agua y lágrimas que mojarán tu lápida”.

Reciclaje

RECICLAJE

El pie izquierdo no me quiere hacer ni caso: es el fin de mi carrera como delantero centro. Durante todos estos años de gloria marqué muchos goles y sembré mil alegrías, sin embargo ahora  afronto la derrota. Los otros jugadores me señalan con el dedo, les veo conspirar; se cumplen mis temores y colocan a un flamante futbolista en mi puesto.
Pero he aceptado mi destino con deportividad. Tras permanecer un tiempo tumbado en la camilla de una ambulancia, pasé a ser el vigilante de un castillo y hoy he encontrado mi sitio en la granja de Pin y Pon.
Y sigo luciendo orgulloso la camiseta de mi equipo.

La intrusa


LA INTRUSA

Por fin quietas, vaya nochecita con las dos hermanas, qué cotorras. Unas inyecciones de anestésico y listo, menos mal que traje mi botiquín. Encima estoy aquí por error, ¿es que no se fijaron que llevaba uniforme? Me confundieron con la otra, pensarían que iba disfrazada, yo qué sé. Pero ¿cómo reaccionará mañana Elisa cuando me vea? Y la que me espera: aguantar a un novio repelente, a un bebé que no es mío… ¡Eh! ¿Qué hace ese perro meando en la caravana? Casi estropea estos preciosos zapatos de tacón, qué diseños… Hmmm, esto promete… ¿Me valdrán los vestiditos de Barbie princesa?

Dos niños

DOS NIÑOS

¿Qué le pasa a Nacho? Es que este niño no se entera de nada. Viene y va, inquieto, no se alegra con ningún juego. Le propongo un parchís y ¡zas! todas las fichas por el aire. Le invito a componer un puzzle y sale corriendo, como si le quemaran las piezas. Y tampoco quiere saber nada de la pelota. No me hace ni caso cuando le señalo las rutas de las hormigas, o el arcoiris que ha aparecido en el cielo. Ni siquiera le interesa dibujar a mamá y a papá, bueno, a los suyos, que yo ya tengo bastante con los míos.
Ya sé que no me parezco a ellos, tengo los ojillos rasgados, ¿y qué? ¡si me he dado cuenta hace tiempo,  qué te crees!  Pero siempre sonrío y soy muy divertido, ¿quieres conocerme? A Nacho se le escapa la cosa, no sabe por dónde cogerme, de momento, pero ya se dará cuenta de lo que se está perdiendo…
Nacho es muy distinto a mí, pero quiero que sea mi amigo. Y lo voy a seguir intentando, aunque se resista.
Estoy seguro, pero que muy seguro, de que algún día me aceptará.

Inspiración


INSPIRACIÓN

«El viejo carpintero se afanaba con cariño en su talla. Sus curtidas manos  acariciaban y hacían girar una y otra vez aquel leño con curiosidad, sin prisa. Percibía algo especial, pero no sospechaba con lo que se iba a encontrar.
Haciendo saltar miles de astillas, el formón fue descubriendo dos brazos con sus manitas, dos piernas y pies, una cabeza… Conforme avanzaba, iban surgiendo más detalles: deditos, orejas, boca, una nariz respingona… Cuando terminó de perfilar los ojos, el muñeco le hizo un guiño y se echó a reír; el niño de madera había sido liberado de su prisión de serrín y miraba a su benefactor con inmensa gratitud. Después de aplicarle barnices de  colores y vestirle con unas lindas telas, la criatura se levantó y le abrazó con fuerza, prometiéndole con solemnidad que sería el buen hijo que tanto había anhelado tener…».
Llevaba tiempo enfrentándose a aquella odiosa máquina de escribir y hoy ¡por fin! tenía unos personajes y una historia que imaginar. Aspiró feliz una bocanada de su pipa, contemplando con regocijo el montón de hojas en blanco que le aguardaban.

Anestesiado


ANESTESIADO 

Cuando en casa te regañaban, tú corrías a esconderte bajo las sábanas y al instante encontrabas la paz. Nadie podía traspasar tu territorio de oscuridad y silencio. Oculto en tu cueva, te recreabas anticipando una feliz amnesia.
Con la práctica, aprendiste a resguardarte de los chaparrones —un despido laboral, una ruptura, una multa— bajo un paraguas de indiferencia y al escampar comprobabas, triunfante, que ni una sola gota te había salpicado. Nunca sentiste malestar, ese era el objetivo.
«No pasa nada», solías decir.
Para mantenerte a salvo, frecuentaste a otros merodeadores de las brumas del olvido y pronto te acostumbraste a la protección de unas tinieblas que te alejarían de la realidad, para siempre.
Inmune al dolor y la culpa, ajeno también a las pasiones, te convertiste en una de esas nubes pasajeras que adoptan imágenes infantiles para luego esfumarse en un segundo.

El secreto



EL SECRETO

Todos en la comisaría cuchicheaban a sus espaldas, intrigados por los éxitos que obtenía al hacer confesar sus delitos a los  malhechores.
Cuando a veces, indiscretos, asomaban la nariz por la puerta de su despacho y le interpelaban con cierto desdén, él no soltaba prenda. “Que se fastidien, por envidiosos”.
En los interrogatorios a puerta cerrada, el polígrafo conectado a una planta de exuberantes hojas verdes detectaba, sin margen de error, a los mentirosos.

Venganza

VENGANZA

En la superficie burbujas de súplica seguidas de ondas de resignación  y después nada. Con la mirada fija en ninguna parte, los brazos agarrotados y chorreando calma, caes rendida al suelo.
Si fueras pez sentirías que llevas boqueando una eternidad y que por fin regresas a tu océano.

La bestia


LA BESTIA

«Tú y yo podremos pasear juntos bajo ese cielo estrellado, jugaremos con las luciérnagas y después te compraré más golosinas». El hombre se relame al observar los labios de caramelo de la niña. Aferra con una mano blanda y húmeda  su  bracito   y se alejan de la  bulliciosa plaza del pueblo. Pero sus afiladas y mugrientas uñas y los espumarajos que gotean desde su barbilla empapándole la camisa despiertan el instinto de la pequeña, que en un descuido echa a correr veloz hacia la multitud.
Sulfurado por la presa perdida se adentra en la oscuridad; la estridente música del tiovivo ahogará su aullido de humillación.