sábado, 7 de enero de 2012

Hasta la sepultura


HASTA LA SEPULTURA

—«No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante».
Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café todas las noches. No entiende por qué su reducido mundo se ha vuelto tan amenazador: las patas de los taburetes le ponen la zancadilla, los posos del café sentencian con más autoridad que ella, una aceituna negra le persigue por el local… Todo le molesta: el ruido, la música, las carcajadas… «¡Pero bueno, que aquí mando yo! ¿Es que no queda ninguna consideración?». Nadie oye sus bufidos, normal: solo le permiten bajar cuando todo el mundo se ha ido.
Consumida en su lecho hediondo, ronca cual bestia parda y al despertar cada tarde repite la misma cantinela. Cuando el nuevo propietario echa el cerrojo al local, la enfermera relaja la vigilancia y le permite descender las escaleras que comunican con el bar; no es por caridad, es que así puede descansar ella un ratito. La vieja regresará más tarde con el aliento aguardentoso y dormirá del tirón. ¡Vaya mierda de empleo!
Doña Rosa lleva una temporada tocando fondo. Esta noche se ha pasado con la botella y ha decidido que es hora de abandonar, ¡ya ha trasegado bastante! El maldito túnel que en otras ocasiones ha evitado por su negrura refulge hoy con un brillo especial que confunde con un tesoro. Motivada con esta nueva perspectiva, avanza delirando hacia el más allá.
¡Ay! Esta mujer no tiene remedio.