LA BESTIA
«Tú y yo podremos pasear juntos bajo ese cielo estrellado, jugaremos con las luciérnagas y después te compraré más golosinas». El hombre se relame al observar los labios de caramelo de la niña. Aferra con una mano blanda y húmeda su bracito y se alejan de la bulliciosa plaza del pueblo. Pero sus afiladas y mugrientas uñas y los espumarajos que gotean desde su barbilla empapándole la camisa despiertan el instinto de la pequeña, que en un descuido echa a correr veloz hacia la multitud.
Sulfurado por la presa perdida se adentra en la oscuridad; la estridente música del tiovivo ahogará su aullido de humillación.