viernes, 6 de enero de 2012

Marcelo


MARCELO

El peligro no había pasado aún, así que Marcelo debía esperar paciente agazapado en su habitáculo. Tenía miedo a ser descubierto antes de tiempo, pues ya oía voces que le reclamaban:
-¡¡¡MARCEEELOOO!!! ¡Venga, que se hace tarde!
Por fin se fueron. El rugido del motor de la furgoneta escolar sonaba ya lejano mezclado con el bullicio de los pequeños camino de sus clases, donde además de escribir con lápices de colores, jugarían con un balón de los de verdad y les darían leche y galletas.
Pero Marcelo estaba decidido y aunque era lo que más le gustaba del mundo hoy no iría a la escuela, se quedaría aquí; la noche anterior mamá, que primero ardía y deliraba, había enmudecido y estaba rígida, helada. Hoy se acurrucaría con ella en su lecho, no se movería de allí, le devolvería todo el calor que ella le había regalado en su corta vida.