martes, 5 de junio de 2012

Juguetes

JUGUETES

Desde que mi hermano Jesús, un año menor que yo, hizo la Primera Comunión, mi muñeca Nancy princesa había perdido todo protagonismo. Le habían regalado un Geyperman (muñeco de combate) con un carro de guerra, y por mucho que nos empeñáramos en llevarles juntos a todas partes, era evidente que no podía ser. El muñeco en cuestión, vestido de camuflaje y con la cara tiznada de negro (esto último se conseguía restregándole con un palito quemado) y pertrechado con granadas y metralletas, no sintonizaba con mi muñeca, que encima le sacaba unos cuantos centímetros de altura. Nos divertía provocar accidentes con el “Barriguitas” (muñeco tripudo, más pequeño), pero cuando acudía la Nancy a socorrerle, se notaba mucho que parecía que venía de fiesta y no de las trincheras.
Así que aproveché la siguiente tanda de regalos, o sea, los Reyes Magos, para renovar su vestuario. Ojeé un catálogo de juguetes y tras largas deliberaciones escogí un par de conjuntos de lo más apropiados para nuestros juegos. Uno era de soldado, por supuesto, pero en plan muy femenino: faldita corta, escote, gafas de sol... El otro era un conjunto de enfermera, seguramente debido a que había una prole de muñequitos más pequeños a los que fijo que sometíamos a todo tipo de calamidades.
Total, que llegado el día de marras, el día más ansiado por todos, buuuf, vaya decepción. Nuestra madre, tan práctica ella, había optado por agasajarnos con lo que le pareció más apropiado. Me pregunto si se habría molestado en leer la carta siquiera. Ella dice que, como éramos tantos, no se acuerda, vaya cara. Y sí, sí que la había leído, pero la había interpretado a su manera: en lugar del uniforme de soldado de batalla que yo había elegido, y las jeringuillas y maletín y cofia para mi Nancy enfermera, al abrir la caja (arrugada y mal pegado el celo, como muy de andar por casa), me encontré con un vestido de tirantes con rayitas amarillas que me recordó sospechosamente a la blusa que llevaba la hija de nuestra niñera un día que vino de visita; eso sí, con bolso y gorrito a juego.
Después de la llorera y del interrogatorio al que sometí a mi madre, y pasado el mal trago, mi hermano y yo comentamos que habría que suavizar el tono de nuestros juegos para adaptarlo a la nueva realidad.
Pero creo que no seguimos el plan.