sábado, 2 de junio de 2012

Mujer fatal

MUJER FATAL

Teresa ensaya una mirada de insinuación mientras observa complacida el reflejo de su imagen en el espejo del ascensor. No puede presumir de cuerpazo, para qué nos vamos a engañar, pero sabe sacar partido de sus atributos más femeninos. Hoy estrena un vestido bien ajustado a su figura, con un escote por el que sobresalen unos pechos dignos de admiración. Sus facciones no son armónicas y a sus cincuenta años la piel ha perdido lozanía, por eso ha aprendido todos los trucos de maquillaje: maneja con soltura la brocha y el perfilador y sabe bien cómo hacer destacar sus labios carnosos. Su metro cincuenta de estatura queda por debajo de la media, pero camina con un garbo que ya quisieran muchas a bordo de unos taconazos que se ha puesto para la ocasión. Se siente muy orgullosa de su melena con reflejos rubios que aporta un toque de seducción y combina de maravilla con el bronceado de su piel y el rojo de su vestido y uñas.
Se baja en la décima planta de La Torre Europa, un edificio acristalado de oficinas, lo último en diseño. Unos paneles solares acumulan energía suficiente para el consumo de agua y luz, y la temperatura se mantiene constante en el punto óptimo recomendado sin necesidad de abrir las ventanas, así que están condenadas. Desde su bufete de abogada, disfruta de una panorámica envidiable; ahora bien, no puede asomarse para respirar aire puro. «Servilismos del progreso», se abanica resignada cuando le entran los sofocos asociados a  su edad.
El primer viernes de cada mes, Teresa tiene una cita en su despacho a las nueve de la mañana. Bueno, no es exactamente una cita, pero como si lo fuera. Hoy se ha levantado más temprano que de costumbre para arreglarse a conciencia, merece la pena, y además ¡qué pasa! ¿Es que no puede una ponerse guapa cuando le dé la gana? Así pues, a las nueve menos cuarto abre la puerta de su oficina. Algo nerviosa enciende el ordenador que está justo al lado de la ventana y se sienta frente a él, fingiendo que mira el boletín oficial del día. Coqueta, se sube un poco el vestido por encima del muslo.
Puntual como siempre, desciende desde el piso superior la plataforma sujeta por unos cables. Primero se ven unas botas, piernas y torso. Por las venas de Teresa circula lava ardiendo en vez de sangre y cuando por fin aparece la sonrisa del limpiacristales nota que su cerebro se licúa sin remedio.
Y así todos los meses.