domingo, 24 de febrero de 2013

Pelusa


PELUSA

Desde la habitación de su hermanita hasta la sala, veintiocho pasos. Desde que su padre se encierra en el baño hasta que suena el ruido de la cisterna, trescientos cinco segundos. Desde que hace cuatro días llegó la recién nacida a casa, cincuenta besos menos. Desde que su madre se prepara el café y las tostadas hasta que termina de recoger la mesa de la cocina, diecisiete cabezazos contra la pared. Desde que se encarama a los barrotes y deja caer al bebé por el balcón, tres pisos y dos rebotes en el asfalto.

Al vino, vino


AL VINO, VINO


Yo, señor, no soy malo. Tan solo pretendía dar un escarmiento a aquel pecador, desanimarle a que siguiera viniendo al restaurante todas las semanas. ¿Quién iba a sospechar que padecía del corazón? Desde luego una dieta sana no llevaba. Tanto le daba zamparse una pierna de cordero a la brasa, que un bogavante o un besugo al horno, la especialidad de la casa. ¡Gula, eso es, señor juez! Hasta el plato lamía, qué asco. Y el muy ladino se ponía rojo como un pimiento si algo no era de su agrado; al final conseguía repetir ración sin pagar por la segunda. Y eso que ya se encargaba él de restregarnos su cartera bien repleta de billetes.

En cuanto a mí, qué contarle… Poco a poco fue minando mi paciencia. Me martirizaba haciéndome detallar las bondades de cada botella de la carta de vinos, espléndidos caldos provenientes de los mejores viñedos de la región. Sí, señor, del país también. Se dejaba asesorar, escogía los más caros y luego se hacía servir un botellín de gaseosa ¡y los mezclaba! Pues créaselo. El vino, como la sangre de Cristo, señor, es sagrado para un sumiller. Esto era más de lo que un hombre en su sano juicio podía soportar. Hasta que lo perdí. El juicio, quiero decir.

Así que un día inyecté una dosis de insulina en el refresco. Le dieron unos espasmos y se desplomó. El resto de mi declaración está recogida en el sumario. ¿Cómo dice, señor? Oh, yo con el pescado siempre recomiendo un buen Albariño.


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Lo natural


LO NATURAL

Los días que dispone de más tiempo, a Irene le gusta alargar el rato del aseo e incorpora algunos rituales en la ducha. Además del champú de pepino y el acondicionador de melón para el cabello graso y con tendencia a la caspa y del gel de almendras dulces que se aplica suavemente con la esponja para nutrir la piel, se masajea con una piedra pómez la planta de los pies añadiendo un exfoliante de lavanda, para mantener a raya las durezas y callos, y con un guante de crin se frota los muslos con el gel anticelulítico a la clorofila, quedándole una agradable sensación de frescor en la piel.
Deja que cada producto actúe un ratito y se aclara con un chorro de agua fría. Entonces sale de la cabina, se seca con una toalla esponjosa, lavada con suavizante, y se aplica en el pelo durante cinco minutos una mascarilla hidratante de extractos de manzana para que no se abran las puntas. Después, haciendo círculos con los dedos y de arriba abajo, esparce una loción de vainilla por todo el cuerpo y protección solar con aroma a jazmín, para evitar las tan nocivas radiaciones ultravioleta. Nunca olvida el desodorante con frescor salvaje a los limones del Caribe y la crema de extracto de miel para las manos agrietadas.
Termina la sesión de belleza con el tónico de flor de azahar para el cutis, el fondo de maquillaje a la arcilla, el gloss de fresa en los labios y el perfilador de pestañas. Boca abajo, se pasa el secador por el pelo y lo pulveriza con un poco de laca para lograr un aspecto desenfadado.
Antes de salir del baño para vestirse, contempla el frasquito de perfume francés que le regalaron las navidades pasadas. Ahí sigue sin estrenar y así se quedará. Irene sostiene vehemente ante sus amigas que es alérgica a los compuestos químicos y que ningún olor puede superar su irresistible fragancia natural.

Fantasías animadas


FANTASÍAS ANIMADAS

De pequeña oía decir a mis padres que soñar era gratis. Como éramos pobres de solemnidad, yo me lo tragué tan contenta y me dispuse a alimentar a los monstruos agazapados en mis pesadillas con truculentas historias. Durante mi infancia y juventud los  tuve sometidos, o eso creía yo, que mis largas noches de terapia con los peluches me costaron.
Luego yo crecí y ellos se multiplicaron y, agobiados por la falta de espacio, decidieron pasar a la acción: hace ahora casi tres años que se aficionaron a campar a sus anchas del teclado a la pantalla del ordenador. Al principio algo cohibidos, después con muy mala uva. Desde entonces solo me dedico a su crianza.
Como nunca tuve claro qué quería estudiar o hacer con mi vida, un día aposté veinte duros a la primitiva y me tocó el premio gordo. Para poder dedicar más tiempo a esta prole, contraté a un paseador de perros, un personal shopper y un monitor de pilates. «A estos diablillos los domestico yo como sea, que no se crean que se me van a subir a la chepa así como así», me prometí, solemne, siguiendo los consejos del artículo de una revista, «cómo enfrentarse a las compañías tóxicas y mantener un rostro sin arrugas».
Así que lo de que soñar es gratis, nada de nada. Mantener a esta plantilla incentivada cuesta un dineral. Las navidades pasadas les tuve que comunicar que no les abonaría la paga extra, pero parece que se lo han tomado bien: cada viernes por la noche se siguen turnando los tres para hacer realidad mis fantasías nocturnas. Y hasta ahora no he recibido ninguna queja. 


miércoles, 13 de febrero de 2013

Impune


IMPUNE

El leve crujir de la viga de la que cuelga su padre se convierte en un fuerte ¡paf! cuando el peso del cuerpo parte en dos la madera podrida por la carcoma. «Qué fastidio», se lamenta Howard mientras se inclina sobre el viejo tensando la soga hasta que deja de respirar. «Con madre fue más fácil, un empujoncito desde el bote de remos y listo. Ni siquiera gritó cuando se hundía», sonríe complacido al evocar las burbujas en la superficie del lago. Pronto le llegará el turno a su hermana Eleanor y la casa será suya. Pese a la ventaja que le confieren sus noventa quilos,  la gorda es asmática.

martes, 12 de febrero de 2013

El arte cisoria. Las tijeras.


EL ARTE CISORIA.  LAS TIJERAS.

Cuando queremos colgar un cuadro de la pared recurrimos al martillo; para barrer el suelo, a la escoba; para prender un cigarrillo, al mechero (las cerillas casi quedaron sepultadas en el recuerdo). Pero si de lo que se trata es de recortar algo, cómo no, necesitaremos unas tijeras. Y he aquí la cuestión, ¿qué tipo de tijeras?
Sería muy interesante poder observar a través de las paredes de un bloque de apartamentos el momento en que los vecinos se disponen a usar esta herramienta. Veríamos al encargado de la pescadería situada en el bajo comercial limpiar unos ojitos con unas un poco gruesas y bastas; a la niña del segundo “A”, recortar de una revista de naturaleza la foto de un pingüino para su tarea del cole con unas de punta roma, para no hacerse sangre; a la abuela del primer piso, arreglar los bajos del pantalón del nieto, retirando los hilos sobrantes con las de coser; al caballero atildado del principal, eliminar los pelitos que le sobresalen de los orificios nasales con unas de punta curvada, para evitar una escabechina; al electricista que ha venido a cambiar la instalación en la escalera, con unas especiales para pelar la funda del cable sin tocar los filamentos del interior; al chaval tumbado sobre la cama, examinar su nueva navaja suiza, en la que tampoco faltan, entre varias e insólitas piezas más, unas tijeritas plegables; y al de la terraza del ático, podar sus plantas con unas especialmente reforzadas para quebrar las ramas.
Queda por tanto comprobado que las tijeras se encuentran en una escala evolutiva superior a la alcanzada, por ejemplo, por un simple bolígrafo o una sartén monda y lironda. Incluso para los zurdos existen diseños adaptados. También pueden servir como arma letal, aunque en esto no voy a entrar, pues para matar a alguien sirve casi cualquier cosa.
De todos modos, las tijeras más inquietantes y que más daño hacen son invisibles y están en manos de un grupo de impresentables que dirigen la nación y con las que se divierten haciendo recortes a los derechos sociales adquiridos con tanto sudor y lágrimas.

martes, 5 de febrero de 2013

La novicia


LA NOVICIA

—Lleva horas durmiendo en su cunita como un ángel. ¿A que es bonico? Fíjense, fíjense en los lunares de los mofletes y en sus bucles de oro. ¿Podré quedarme con este, padre Dimas? Es un siervo del Señor, a su viva imagen y semejanza, usted tiene que reconocer las señales. Pero, madre superiora, ¿qué va a hacer con esa pala? 

Se vende


SE VENDE


Al salir no podía evitar mirar de reojo la puerta de su apartamento: dieciocho metros cuadrados de dulce hogar, no pedía nada más.
Cada mañana se despertaba cuando aún no había amanecido y acudía puntual a su trabajo: media jornada retribuida en el almacén donde dedicaba unas diez horas diarias, pero él se sentía afortunado. Mientras tanto, hordas de posibles compradores irrumpían en el piso revolviéndolo todo, arrasando sin compasión, pero tampoco le importaba. Por las noches comía algo caliente por ahí y a su vuelta limpiaba el desastre, leía algún catálogo y se echaba a dormir.
El vigilante nocturno de la mueblería sueca hacía la vista gorda cuando, a su paso, el pobre infeliz se escondía debajo de la cama.