jueves, 7 de marzo de 2013

Domótica


DOMÓTICA

Las siete horas de viaje a la capital se me hicieron cortísimas comparado con el aburrimiento de esta espera. Hoy por la mañana, mi hija se ha llevado a su padre al hospital para hacerle unas pruebas y no volverán hasta la hora de comer. Los nietos están en la escuela y su padre en la oficina. Ya llevo sentada en este salón como una hora y no se me ocurre nada que hacer. Olvidé el ganchillo en casa, pero aunque lo hubiera traído, ¿cómo voy a tejer a oscuras? No encuentro el interruptor de la luz, esta casa es muy rara. Quise subir las persianas, pero, sorpresa, no tienen cuerdas para tirar. No veo que tengan televisor, qué raro, por lo menos me distraería un rato con algún programa. En la pared frente al sofá hay una pantalla como de cine, pero no lleva botones. La mesa está llena de mandos sin pantalla pero con teclado, mandos sin teclado pero con pantalla, teléfonos sin cables, tablets, o eso pone, ¿qué serán? A veces se iluminan y suenan pitidos. No me atrevo a tocar nada, no sea que lo vaya a romper. Tampoco hay libros, ni periódicos, ni revistas. Y espero que no me entren ganas de orinar, porque antes tuve que vaciar el caldero de agua de fregar en la baza, no fui capaz de dar con la cisterna. Por hacer algo, encontré un chisme parecido a un aspirador en el cuarto de trastos, pero tampoco lo supe poner en marcha. Y en la cocina fue entrar, abrir el frigorífico y salir despavorida. No había alimentos, solo bandejas precintadas con comida de plástico dentro. Me muero de sed, pero los grifos no son de girar ni de apretar y en el frigo solo vi cartones de esos refrescos asquerosos. He pensado en salir a dar una vuelta aunque lo he considerado mejor, y no. La puerta no tiene llave, me han dejado una tarjeta para entrar y salir, pero no me acuerdo cómo funcionaba. Además me da miedo perderme por la urbanización y no saber volver, que todos los chalets son iguales. Me entretendré observando la calle por el videoportero este, para no sentirme tan sola. O igual me meto otra vez en la cama. Ay, qué ganas tengo de volverme al pueblo.