jueves, 4 de abril de 2013

Se las llevó el viento


SE LAS LLEVÓ EL VIENTO

A su paso por cada ciudad amurallada o aldea perdida en el bosque, el desconocido ocupaba una esquina en la plaza y empezaba a contar las más hermosas historias jamás oídas. Atraída por sus palabras, la gente iba acercándose a él y, guardando un reverente silencio, le escuchaban durante horas, recreándose con cada nueva expresión con gran entusiasmo Al ciego se le iluminaba la cara, el loco se sumergía en un pozo de calma y el poeta sufría delirios al intuir el tesoro que poseía el extraño. Entre los más ancianos alguno afirmaba haberle visto antes en otro lugar, pero en seguida lo olvidaba, dejándose acunar por la melodía de sus cuentos.
Arrastraba una carreta que contenía un viejo baúl. Permitía a los niños asomarse a su interior y sonreía enigmático cuando, admirados, comentaban que no veían el fondo. Atendía a unos y otros con interés, abría cajitas y siguiendo sus deseos les obsequiaba con voces cargadas de música, de sentimientos… Las guardaba clasificadas por su significado, por su belleza, y siempre hallaba las más precisas para cada uno. Pasado un tiempo, desaparecía en la noche y proseguía su camino.
Un día supo que había llegado al final de su viaje: ni uno solo de los reinos sobre la tierra había quedado sin visitar. La semilla había sido esparcida. Se retiró a lo alto de una colina, destapó el baúl e imploró al firmamento. De pronto se levantó un vendaval que se llevó consigo todas las palabras y frases que atesoraba.
El cuerpo del desconocido nunca apareció y el baúl vacío fue encontrado por el poeta que, ávido de nuevas palabras, le había acompañado en el último tramo de su recorrido. Desde ese día, se dice que cuando la musa se escapa a jugar con sus amigas, los escritores elevan anhelantes la mirada al cielo.