viernes, 15 de noviembre de 2013

Romance breve

ROMANCE BREVE

La moto se detiene frente a un edificio del casco viejo, en un barrio de casas rehabilitadas. Dos hileras de arbolitos adornan las aceras empedradas y docenas de buganvillas de todos los colores cuelgan de los balcones. El motor da sus últimos rugidos y Mateo me ofrece la mano para apearme, qué galán. Se acerca a una entrada de garaje y empuja la moto al interior. Yo le sigo, cierro la puerta tras de mí y miro alrededor. Boquiabierta me quedo con lo que veo. 

El tío este vive en un garaje, loft o algo así lo ha llamado, no sé qué querrá decir. No hay ni un solo tabique para separar los espacios, solo para el inodoro. Hasta la cabina de la ducha se puede ver desde cualquier ángulo, qué falta de intimidad. Las paredes son de ladrillo rojo, como las de las fábricas antiguas, con lo decorativo que queda el papel pintado. Y muebles pocos, muy pocos, se le agotaría el presupuesto entre la motaza y la mesa de billar que tiene plantada ahí en medio, vaya ocurrencia. Y, por supuesto, la moto aparcada dentro, no me parece serio. Unos ventanales separan un patio interior lleno de plantas, el trabajo que tiene que dar limpiar tanto cristal y la de bichos que habrá ahí. Y el colmo ya, la cocina. Todos los electrodomésticos escondidos dentro de armarios, que vas a buscar algo y no veas la de puertas que tienes que abrir hasta encontrarlo. Lo mismo ocurre con la tele, el vídeo y el equipo de música. Y la cantidad de botones y mandos a distancia por todas partes, ufff, qué fatiga.

Mateo me pregunta si tengo hambre y que si quiero me prepara un brunch, pero un inoportuno dolor de cabeza me hace improvisar una excusa y me escabullo del cuchitril a toda prisa.