viernes, 26 de diciembre de 2014

La ilusión del señor Floren

LA ILUSIÓN DEL SEÑOR FLOREN


Con la nariz pegada a una ventana de la sala y apoyado en su bastón, espera impaciente el señor Floren la llegada de Dori, su asistenta. Está muy ilusionado porque anoche no paró de nevar, ¡hoy es el gran día! Por fin distingue una figura que desciende del autobús y avanza con dificultad por la acera nevada en dirección a la casa. Como un chiquillo, se esconde detrás de la puerta antes de que la mujer la empuje para entrar.
—¡No me dé estos sustos, Floren! —protesta ella dando un respingo. Mientras cuelga en el perchero el chaquetón, le muestra una bolsita de papel—. Le he traído unos churros calentitos, voy a prepararle un café antes de ponerme con la aspiradora.
—Nada de eso, Dori —responde dirigiéndose a las escaleras—. ¿No ves que ha nevado? Deja la limpieza para mañana, que hoy tenemos otra misión. No lo habrás olvidado, ¿no?
«Oh, cielos, no me acordaba —se dice resignada la mujer—. Bufff, todos los años lo mismo, y no hay manera de hacerle cambiar de idea».
Y sin más demora, suben al desván. Dori tropieza con varios cachivaches antes de llegar hasta el muñeco. Como era de esperar, está cubierto de polvo, así que dedica un buen rato a pasarle el plumero. Después le anuda bien la bufanda, le sacude el sombrero y se lo coloca derecho. Entre los dos («o cada año pesa más o me estoy haciendo vieja. ¿Es que no se va a derretir nunca?») lo bajan al recibidor, se ponen los abrigos y los guantes, y arrastrándolo se acercan hasta el parque del barrio. Algunos peatones les señalan y cuchichean entre ellos; los niños se burlan sin ningún disimulo; un agente de policía se les queda mirando, «cada día se ven cosas más raras por la calle», le escucha una apurada Dori decir.
A una distancia prudente de los columpios, por si acaso, colocan el muñeco de nieve. El señor Floren le pone una pipa en la boca y se aleja unos pasos para contemplarlo; frunce un poco el entrecejo, algo no está en su sitio, pero enseguida detecta el qué y, sujetándose del brazo de la mujer, le dice:

—¡Qué despistados somos, Dori! Se nos ha olvidado parar en la frutería, no le vamos a dejar con esa zanahoria del año pasado, ¿verdad? Ayyy, qué cabeza…

Por si acaso

POR SI ACASO

Antes de cerrar la bolsa de la basura, te aseguras de no haberte olvidado nada. Deslizas los dedos sobre el mantel de cuadros grises y blancos del comedor sin encontrar las migas de sus insultos. Los azulejos de la cocina relucen después de frotar la humillación y enjuagar sus amenazas. Tampoco quedan señales de portazos en el pasillo, ni una lágrima en tu almohada. Abatida, contemplas los añicos en que se convirtió el marco con la fotografía de tu boda, y comprendes que tenías que haber limpiado toda esa porquería mucho antes de que él te abandonara.
Sales de casa arrastrando los pies por el camino de grava y depositas lentamente la bolsa dentro del contenedor. Con un suspiro que no es de alivio, porque sigue esa presión en tu pecho, regresas sobre tus pasos al zaguán.
Y dejas la puerta entreabierta. Por si decide volver.

Por si acaso.

A la vanguardia

A LA VANGUARDIA

A la una, a las dos… Tasio acariciaba nervioso la tecla de «inicio»—. ¡A las tres! —gritó pulsándola con decisión.
Sentado a la mesa, Luciano, su padre, removía con una cucharita el café y miraba desconcertado la cocina del apartamento del joven aspirante a chef: una impresora, cubetas, montones de tarros etiquetados con nombres irreconocibles…
—Esto parece un laboratorio —murmuró asustado, mirando un bol que burbujeaba nitrógeno—. ¿No estabas estudiando Cocina?
Mientras la máquina se calentaba y empezaba a hacer ruiditos, Tasio repasó mentalmente los ingredientes de su receta, por si hubiera olvidado algo: gelatina de mantequilla, huevos deconstruidos, azúcar crujiente y espuma de harina con reducción de anís, todo ello cocido al vapor de levadura. No, no faltaba nada. Con un embudo había volcado la mezcla en el cartucho de tinta y había introducido en la bandeja de papel un folio encerado.
—Padre, antes de volverse al pueblo quiero que pruebe mi última creación —dijo mientras la máquina expulsaba rítmicamente la copia en 3D—. El sobao Chez Lucien; lo he llamado así por usted. Es para la asignatura de «Brunch».
—Anda, anda… Siéntate conmigo a desayunar, que he traído de casa sobaos de los de verdad.





Enojo

ENOJO


Este se va a enterar de lo que vale un peine. ¿Acaso no se lo repetí hasta la saciedad? Que le dejaba quedarse a vivir en mis tierras, a él y a su compañera, y que podían disfrutar de ellas a su antojo: cazar venados en los bosques, pescar y bañarse en los arroyos de aguas cristalinas, brincar desnudos por las praderas, revolcarse entre las florecillas silvestres bajo la luz de las estrellas… «Todo lo que os apetezca», le dije, «menos zamparse los frutos de este manzano». ¿Que por qué de ese árbol en concreto? No sé. Me dio por ahí así, de repente, y ya está.

De andamios

DE ANDAMIOS


El mensaje era claro, conciso, breve y letal: no insistas, decía con un meneo despectivo de caderas, mientras se alejaba taconeando como una diva sobre los adoquines. Antes de doblar la esquina, ahuecó con desparpajo su melena pelirroja y desapareció de mi vista para siempre, dejándome con un calorcillo pegado a los pantalones que solo una morenaza de ceñidos vaqueros logró avivar una eternidad después; concretamente, medio saco de cemento y un muro de ladrillos más tarde.

Soliloquio

SOLILOQUIO

Sol·La·Si·Do. Cuánto añoro la melodía de tus gemidos, princesa.
Bajo las sábanas de aquella pensión, solíamos solazarnos los días que mi mujer tenía guardia. «Yo te alejaré de esta pocilga», te juraba, solemne, cruzando los dedos por detrás.
Anoche no te encontré en el solar; alguien me dijo que habías regresado a tu vida disoluta, a consolarte en otras camas. Salí con el ardor de un soldado y me adentré en aquellos tugurios de zombis desollados dispuesto a rescatarte.
Pero, insolidaria, tú ya habías elegido soltar amarras y resolviste quedarte en tu esquina, junto a tu farola. Cuando nuestras miradas se solaparon, escupiste en el suelo y me diste la espalda. Desolado, recogí de un charco mi orgullo y me fui a casa.
Hasta nunca, Sol.
Jamás me había sentido tan solo. Quién sabe; quizá mañana encuentre a otra solista que, aunque desafinando, entone de nuevo para mí el Sol·Fa··Re·Do.


lunes, 1 de diciembre de 2014

El marido de la carnicera

EL MARIDO DE LA CARNICERA

A Pascuala lo mismo le daba cubrir la mesa con un hule que con una sábana llena de cercos amarillos; total, para cenar con Nicolasa, su hija, tampoco hacía falta mucha ceremonia. Tras retirar las sobras del improvisado mantel, quedaron un racimo de uvas pochas y un vaso de gaseosa con una dentadura dentro.
Eztaba dudízimo el pavo refunfuñó chupando un huesecillo.
Era el Botas, madre. Padre dijo que, si ya no cazaba, mejor a la cazuela que al contenedor.
¡Te adanco la cabeza, zunodmal! chilló Pascuala, lanzándole el vaso. Tenía que habedte ahogado en el fdegadedo cuando nacizte, edez máz idiota que tu padde. Pod ciedto, ¿le tdoceazte bien con el hacha?
Sí.
 Bueno, ezcucha. Enzeguida zonadán laz campanadaz. Mientdaz yo me azomo pod la ventana y tido loz petaddoz, tú enchufaz la tditudadoda al mázimo y metez zuz cachitoz. ¿Eztá clado?
¿Qué haremos con el picadillo, madre?
Hambudguezaz. Y una badbacoa en el patio, con muuuchoz globoz. Azí invitaz al tontaina del cadtedo, a ved zi te cazaz de una vez y cuidaz de tu madde, una pobde anciana abandonada.
Nicolasa dio palmas de entusiasmo y abrió mucho la boca, dejando caer un hilillo de baba.


El encargo

EL ENCARGO


Pero ya nada sería igual para Chipi. Eso iba a descubrirlo enseguida, en cuanto la mamá de Gonzalo se perdiera con Carlota por donde las muñecas. Entonces este aprovecharía para sacarlo del bolsillo de su anorak y lo depositaría en la estantería de los videojuegos, susurrándole al oído «Locura Zombie Night, que no se te olvide». Nunca volvería a sentirse seguro entre los barrotes dorados de su jaula, dando vueltas y más vueltas en el columpio, desde que esa mañana al niño se le cayera su primer diente.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Beatísima

BEATÍSIMA

«En realidad esto del amor no tenía ninguna lógica», refunfuñaba doña Agustina a la salida de su misa diaria, cuando enganchada del brazo de la tontaina de su criada, «a Fernandita la he querido siempre como a una hija, a veces se me olvida que solo es la doncella», visitaba la tumba de su difunto esposo. Era injusto, con el dineral que le habían costado, que de aquellos rosales solo brotaran espinas; y que las estúpidas hortensias que había plantado la muy simplona fueran lo más florido de todo el camposanto.

Aunque lo más intolerable era el guiño que desde la foto hacía disimuladamente don Saturnino a la muchacha.

Brujas

BRUJAS


Empezó a pensar en un nuevo teorema que justificara las pisadas en el suelo recién fregado del pasillo. Era ella quien abría cada mañana la escuela; más tarde, a eso de las siete, solía llegar Arturo, el conserje. Pensativa, le dejó una pata de conejo en la garita. Luego se quitó los guantes de goma, cerró el cuarto de la limpieza y salió del edificio montada sobre su escoba.
Cuando iba a meter en el cajón la brocha y la espuma de afeitar, Arturo se encontró el amuleto peludo. Lo acarició indeciso y cruzando los dedos rogó para que a su mujer se le pasara lo del divorcio.


domingo, 9 de noviembre de 2014

Depredadores

DEPREDADORES

Lo que aterrorizaba a Samia cuando cumplió los once años no eran las sombras que atravesaba cada mañana cuando dejaba atrás el campamento camino de la escuela, ni los gruñidos de los coyotes.
Madre, no me obligues a vivir donde el tío Malik suplicaba agarrada de su túnica.
Hija, se hará lo que tu padre ordene sollozaba esta, mientras doblaba su ropita dentro de un saco.
Desde entonces, cada vez que se acostaba, Samia apretaba muy fuerte los ojos. Y las piernas. 
Cuando tres años después llegó su hermana pequeña al infierno de adobe, supo lo que debía hacer.
Aquella tarde, dos niñas corrieron de la mano hacia las dunas.
Aquella noche, no se escuchó ningún aullido en el desierto.






Lapidación

LAPIDACIÓN


El muñeco fue el primero en cerrar los ojos. Los apretó fuerte, muy fuerte, hasta dolerle toda la cara. Cuando cesó la lluvia de piedras sobre el cuerpo de su dueña, los volvió a abrir, pero no consiguió ver nada detrás de aquella cortina roja.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Champán y sal

CHAMPÁN Y SAL

Recuerdo que rodé por los escalones un par de veces antes de ser arrastrado por esta vikinga a su camarote. ¿Qué le habrían puesto al ponche aquel? ¡Si yo antes del tercer brindis no canto nunca! Dos sorbitos, un meneo en la pista de baile y hala, ya tenía su lengua metida hasta el paladar. ¿Cuánto tiempo llevaremos tumbados en esta cama? Qué mareo me está dando con la cabeza aprisionada entre sus muslos, casi no me llega el aire. Tengo la boca seca de tanto lamerle el caramelito, que a ratos parece a punto de descorcharse, pero nada, que no. Cómo tarda la tía, y eso que esta mañana no me afeité. ¿En qué idioma estará gimiendo… Astrid? ¿Ashley? ¿Cómo dijo que se llamaba? Ah, qué alivio, por fin ha terminado; vaya sacudida, del empellón me he caído al suelo. ¡Eh! ¿Qué hace la litera pegada a la pared y la ventana en el techo? Me da vueltas la habitación, menuda borrachera he pillado. Anda, esto que se me clava en la espalda, ¿qué es? ¿El pomo de la puerta? ¿Y por qué está entrando agua por debajo de… Glu glu glu.


Antes del Sapiens

ANTES DEL SAPIENS

Nada más ponerse erguidos sobre sus patas traseras comenzaron a mirar por encima del hombro a sus congéneres. Cuando se aburrieron de tener ociosas las manos, se les ocurrió fabricar útiles de cocina y herramientas, pusieron baldas en las cavernas y establecieron unas rutinas diarias
Para alimentarse, decidieron organizarse en cuadrillas de caza. Por las mañanas, bien temprano, los machos afilaban las puntas de sílex y al anochecer volvían agotados con corzos y liebres ensartados en palos que las hembras asaban en hogueras; más que nada para diferenciarse de aquella chusma.
¡Qué asco me dan! gruñían unos, arrojando piedras a los primates. Míralos, solo saben despiojarse, copular y… copular.
Nunca llegarán a nada asentían otros, altivos.
Y así continuaron, madrugando y trabajando, ante la mirada divertida de aquellos salvajes, que no hacían más que despiojarse, copular y… copular.



Alumno aventajado

ALUMNO AVENTAJADO

Descubrí la clave en el último verso del haiku que nos dictaba el señor Jiang, que cuando aquello vivía en un apartamento pegado al de mis padres. Detrás de dos frases muy raras que leí veinte veces sin entenderlas, me encontré con la tercera, que decía: «con la guadaña». Cinco sílabas que le daban todo el sentido al poema. Me percaté entonces de la indirecta que me estaba lanzando el tío, que siempre que coincidíamos en el ascensor se lamentaba de lo mustia que veía a su planta. Y se me ocurrió una idea.
Esa misma tarde, al salir de clase, cogí el primer autobús para regresar a toda prisa a casa. Mi madre todavía no había vuelto del taller de costura; mejor, porque nunca me dejaba enredar con los cuchillos. Así que cogí las tijeras del cajón de la cocina y podé el bonsái que tenía el profesor en el rellano de la escalera.
Ese año repetí curso.





Insomnio

INSOMNIO

Esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad. Tardó unos minutos en acomodarse sobre el colchón mientras recordaba a su marido escupiendo por la ventanilla del coche, costumbre que repetía cada vez que se tomaba unas copas de cava en casa de sus suegros. «Si tiene que escupir, que lo haga. Lo único que pido es que se ahorre el gorgoteo».

Cuando sonaron cuatro campanadas en el reloj de pared de los vecinos, escuchó unos balidos apremiantes al pie de su cama y se dio cuenta de que el sedante no había hecho efecto. Entonces asumió, resignada, que tendría que contar ovejas otra noche más.

La venda

LA VENDA


Amelia trajinaba alegre por la cocina, canturreando. Ojeaba por encima el periódico abierto sobre la mesa mientras hervía la leche para el café y tostaba pan para el desayuno de Julio, su marido, que seguía acostado quejándose de agujetas. Al llegar a las páginas de deportes, buscó su nombre en la clasificación de la carrera. Recorrió durante unos minutos la hoja hasta que lo encontró, entre los diez últimos. «Si todas las tardes sale a entrenar. Además anoche llegó tan contento…». Ya en silencio, acabó de fregar la vajilla y sacó la ropa de la lavadora. «¿Esta mancha de qué es?».
Sobre el adoquín del patio se estrellaron juntos la pinza que Amelia sostenía en la boca, «me juró que aquello había terminado» y el poco orgullo que luchaba por conservar. Cuando recobró el aliento, se levantó de la banqueta y metió a remojo el calzoncillo manchado de carmín.


lunes, 13 de octubre de 2014

Pesca y caza

PESCA Y CAZA

«Recluida en el pozo seco, pronto se callará», decide Bruno escondiendo detrás del acuario la red mojada. Arrodillado con la oreja muy cerquita de la piraña, el niño cree escuchar su boqueo. Mientras, su hermana persigue por la tienda al dependiente de ojos aguamarina, que le explica que las tortuguitas son más sucias; que los peces naranjas son todos idénticos y que, cuando se mueren, los pequeños de la casa no distinguen a los intrusos en la pecera al llegar del cole.
Para cuando su hermana toda despeinada y el dependiente de ojos aguamarina salen del almacén, el pez ha muerto y Bruno lleva un rato dormido en el suelo.


sábado, 11 de octubre de 2014

Esta noche te cuento

ESTA NOCHE TE CUENTO


Atrás dejó el despertador, los viajes en metro, los recreos, las reuniones de padres y la pastilla para la tensión. Todo aquello quedó olvidado cuando se vino a vivir a este pueblo escondido entre montañas, donde podría hacer realidad su sueño: dedicarse a escribir.
Cada noche, después de podar manzanos, segar el campo, cosechar arándanos y limpiar las brozas del jardín, cogía papel y boli y antes de quedarse dormido soñaba con la primera frase de su siguiente cuento.

(Dedicado a JAMS)


domingo, 5 de octubre de 2014

La cabina

LA CABINA

Doris está anudándose la bufanda cuando suena el teléfono.
¡RIINNGGG, RIINNGGG!
«Nunca llego puntual al cole a recoger a Yeremi, carajo; tendré que buscar otro empleo», piensa resignada mientras se restriega la nariz con el puño y se pone de nuevo el auricular.
Servicio de emergencias, buenas tardes.
Al otro lado del hilo se oye una respiración profunda, como procedente de una caverna.
¡Por fin! ¿Hay alguien ahí? ¡Hola, hola, aquí! ¡A mí! ¡Socorro!
Señor, ¿en qué puedo ayudarle?
Me he quedado atrapado en una cabina y…
¿Una cabina? ¿De ascensor?
De teléfono, señorita. Y déjeme terminar, que solo me quedan tres pesetas. Yo pensaba que el 091 era gratis.
«¿Pesetas? ¿091?»
Escúcheme, joven. Esta mañana fui a telefonear a mi jefe porque llegaba tarde…
¿Dónde trabaja usted? pregunta por curiosidad. «Qué tío más viejuno,  ¿no tiene móvil?».
En Galerías Preciados. Desde su apertura, ¿eh? Entonces se atascó la puerta y unos desalmados me remolcaron hasta este almacén ¡lleno de cadáveres! Pero de camino me he fijado bien: está justo detrás de la fábrica de Mirinda, no tiene pérdida. ¡Envíen ayuda, rápido…!
Cuando se corta la llamada, Doris se abotona el abrigo y estornuda. «Vaya, me he resfriado otra vez».


Tres son multitud

TRES SON MULTITUD

Cuando tan solo se encuentra a unos pasos de la frutería, Pepa dobla la esquina en sentido contrario, embriagada por un aroma que le hace salivar.
Te dije que dieras un rodeo y tú nada se lamenta abatida una voz interior.
¡Ni caso, reina! estalla una segunda voz. A ver, que llevas toda la semana masticando acelgas y tomando yogures desnatados. Qué tristeza, hija, de verdad.
Pepa se detiene frente al escaparate de la confitería del barrio. Antes, mete barriga para plegar las lorzas que sobresalen por encima del vaquero. Hoy está contenta: en el último mes ha conseguido bajar de la talla 46. Aunque, eso sí, el botón lo lleva incrustado en el ombligo.
Mmm se relame la voz tentadora. Fíjate en esa bandeja: bombas de hojaldre y nata recién hechas. Como para resistirse, ¿eh?
Peepaaa, date media vuelta y vete por donde has venido.
Una señora sale de la tienda y Pepa le sostiene la puerta. Ya está con un pie dentro.
Bah, por un dulce de nada, ¿qué te va a pasar? insiste la voz dominante. Luego subes andando las escaleras de casa y listo.
Buenos días saluda a la dependienta. Por favor, póngame un par de…


miércoles, 17 de septiembre de 2014

Amor de nuera

AMOR DE NUERA


Ella no tiene habilidad ninguna para recogerse el pelo, ni para pintarse el ojo. Además siempre está con los dientes manchados de carmín y la línea de las cejas torcida. Vamos, un cromo, la vieja. Por eso yo misma me ofrecí esta mañana para peinarla y arreglarla un poco, aunque ya me imaginaba que no me dejarían ni entrar en su habitación. Casi que mejor, menudo pestazo que salía de ahí dentro. No entiendo cómo mi suegro, tan adorable, tan pincel, le tiene esa pasión. Cuatro brazos han hecho falta para separarle del ataúd.

lunes, 4 de agosto de 2014

Eterno candidato

ETERNO CANDIDATO

A Jero siempre se le dio bien todo lo relacionado con las actividades físicas. De pequeño fue un niño muy inquieto, así que no era de extrañar que con tan solo cuatro años cabalgara sin ningún miedo por el territorio Sioux a lomos de un potrillo; y que con ocho supiese tensar el arco con soltura y fuera capaz de acertar a gran distancia con sus flechas en el tronco de un sauce, habilidad que con los años iría perfeccionando hasta convertirse en un experto, para orgullo de su padre, el gran jefe indio. De carácter extrovertido, si había que bailar era el primero en apuntarse, lo que le vino pero que muy bien para aprender enseguida los pasos de la Danza del Sol. Y en cuanto veía que el jefe de otra tribu y su padre, con rostro por fin relajado, salían de la tienda y cogían una pala, corría a ofrecerse voluntario para cavar un agujero en la tierra y así poder enterrar el Hacha de Guerra que tanto le disgustaba.

Pero todo esto nunca fue suficiente para ser admitido en el grupo de los aspirantes al puesto de mando. Año tras año, Jero era siempre rechazado cuando, en la prueba de La Pipa de la Paz, le daba un tremendo ataque de tos.

sábado, 2 de agosto de 2014

Demencia

DEMENCIA

Desde que encontraron el cadáver de Holly hundido en el pozo negro, mamá se pasa los días deambulando como un fantasma por los pasillos y habitaciones sin parar de repetir «no olvides bajar la tapa, hija, no olvides bajar la…» cada vez que me ve entrar o salir del cuarto de baño. Está convencida de que se escurrió por el agujero del inodoro que ahora engulle cada nuevo cachorro de setter que obstinado trae papá cuando misteriosamente desaparece el anterior.
Solo el eco de esa cantinela, las descargas de la cisterna y los ladridos suplicantes me mantienen distraída. Porque desde aquello nadie habla ya de mi hermana. Ni de ella ni de nada. Por eso yo, para sentirme menos sola, sigo llevando mascotas a su tumba y en las noches de luna llena me quedo allí un ratito a jugar con sus sombras.



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viernes, 25 de julio de 2014

Piripi

PIRIPI

¿Qué es el curry? chilla la tía Tomasa desde la banqueta mientras apura su tercer vaso de moscatel―. ¿Vas a hacer una sopa inglesa, María Concepción?
Yo lavo las manzanas bajo el chorro del grifo y observo por el rabillo del ojo a mi cuñada Concha, que aprieta con fuerza los labios. Y el cuchillo con el que está picando los ajos.
Tía me dirijo en vano a ella recuerde lo que le recomendó el doctor: un dedito de vino. Al día.
Claro que el doctor podría haber sido más explícito: un dedo ¿cómo? ¿En horizontal o en vertical? La tía Tomasa, desde luego, ha entendido lo segundo.
Sois muy pejigueras, me fatigáis mucho masculla envalentonada agitando incrédula la botella vacía.
En realidad, la tía Tomasa no es de la familia ni nada. Fue la niñera de mi suegro. Cuando este creció, sus padres no supieron cómo deshacerse de ella y se la quedaron. Bastantes años más tarde, mi marido y su hermana la heredaron con la casa.
En serio te lo digo se queja Concha al tiempo que rehoga las verduras. Para entonces, la tía Tomasa ronca con la cabeza apoyada sobre el mantel que cada vez que relleno el crucigrama del periódico y sale la palabra «adir» me entran unas ganas de…





La crème de la crème

LA CRÈME DE LA CRÈME

Por fin viernes, qué ganas de que acabara la semana. Y de disfrutar de este momento de relax aquí tumbada en el sofá, sin hacer nada. No sé dónde estará Alberto, habrá salido a comprar algo especial para la cena, que hoy es nuestro quinto aniversario. Igual hasta me hace un regalito. Bueno, igual no, seguro. No conozco hombre más detallista. Que no todos los maridos se meten después del trabajo en la cocina para preparar una crema de pepinos, si hasta las rodajas ha dejado ya cortadas. Lo leí el otro día en una revista y le comenté, como de pasada, lo bueno que es el pepino para hidratar el cutis. A Alberto es comentarle cualquier cosa que te apetezca y no para hasta complacerte; vamos, un lujo de marido es lo que es. Algún ingrediente más hay por aquí, puede ser sandía, por eso ha quedado tan diluida. Seguro que ha mirado en internet y ha enriquecido la mezcla para obtener mayores beneficios.
Oigo abrirse la puerta, ahí llega mi chico.
¡Alberto, estoy aquí, en la sala! Ha entrado a la cocina, le estoy oyendo abrir armarios. Ah, ya viene.
Pero Silvia, ¿qué haces con la sopa untada en la cara?
¿Eeeh?
Nada, nada, nena, que… he pensado que… mejor cenamos en un restaurante.




sábado, 5 de julio de 2014

Un sitio para ella

UN SITIO PARA ELLA


Entró en la residencia de los Spencer por la puerta de la cocina para no hacer ruido, por si aún no se habían levantado. Tras quitarse las botas mojadas y calzarse las zapatillas, Ekaterina suspiró con nostalgia al ver las fuentes con los dulces, los renos de los paquetes de regalo, las serpentinas de colores… Los restos de la Nochebuena.
Comenzó la limpieza por el salón. Colocó en su sitio unos taburetes de cuero que habían quedado junto a la chimenea y recogió del suelo dos copas vacías y una botella de brandy por la mitad. Le sorprendió ver un cenicero con dos puros; le recordó al abuelo Grigor, a quien solo permitían encender su pipa en las fechas señaladas.
Sobre la mecedora de la señora Emily reposaban las agujas de tejer y un gorrito azul con ositos rojos a medio terminar. Con mucho cuidado, lo guardó en la caja de los hilos.
Al pasar el aspirador, descubrió entre las butacas un caballito de madera, seguramente el regalo de Santa Claus para Dennis, el pequeño de la familia. Lo llevó junto a la sillita de paseo a una esquina de la sala y se dispuso a despejar la mesa de la cena.
Retiró las copas del brindis, cambió el mantel por otro limpio y pasó una bayeta humedecida por la trona del niño. Una hora después, ponía en marcha el lavavajillas y se dejaba caer en una banqueta de la cocina para descansar unos minutos antes de marcharse. Mientras se quitaba los guantes, no pudo evitar contemplar a través de los cristales las calles de la urbanización, a esa hora todavía sin las pisadas de los caminantes; los muñecos de nieve con sus bufandas de cuadros; el humo de las chimeneas encendidas…
Le ocurría cada vez que iba a casa de los Spencer. Ekaterina hacía lo imposible por desviar la mirada, pero siempre terminaba fijándose en el balancín amarillo que habían instalado para el nieto debajo del pino. Sintió una punzada en el pecho al ver las bolas y adornos de navidad que decoraban el árbol. Todo le recordaba a su pequeño Sasha, que pronto cumpliría cuatro años. A tres mil kilómetros de allí. Por primera vez, no podría soplar las velas junto a él.
De pronto escuchó unos saltitos en el pasillo y el inconfundible chirrido de unas ruedas que se acercaban. Con la punta del delantal, se secó a toda prisa las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos, justo antes de que el señor Spencer entrara en su silla de ruedas con el niño sentado en su regazo.
Katy, te lo advierto: hoy no te escapas. Ayer te esfumaste muy hábilmente, pero hoy no te lo voy a permitir. Y tomándola con suavidad del brazo, la invitó a pasar al salón. Mira añadió señalando hacia la mesa Dennis ha puesto una silla para ti.


martes, 1 de julio de 2014

Chantaje

CHANTAJE

Antes de meter la llave en la cerradura, Edgar vuelve la cabeza para echar un último vistazo al aparcamiento. Dos Buick descoloridos, una moto cruzada en la acera. Un gato relamiéndose junto a un cubo de basura volcado sobre los charcos.
Edgar, no estás de servicio.
Chicago es peor que una cloaca.
Entran en la habitación. Cuatro paredes desnudas, una ventana desvencijada. Afuera retumban los truenos, arrecia la tormenta. Edgar coloca encima de la mesa su arma, las esposas, la placa. En el respaldo de la silla la chaqueta, la camisa, los pantalones. La ropa interior. Su compañero le rodea con los brazos por detrás y comienza a mordisquearle la oreja, a provocar el latido de su virilidad. Un relámpago ilumina esta escena de pasiones prohibidas, de sexo furtivo. Sus cuerpos tiemblan con el roce de sus dedos, con la tibia humedad de sus besos. Al borde del éxtasis, ambos se funden en uno solo. Y cierran los ojos
Una ráfaga de luces alumbra la estancia, pero hace rato que cesó el golpeteo de la lluvia contra los cristales. Edgar se gira hacia la ventana a tiempo de verles huir en la moto.
Con sus cámaras.
Malditos hijos de puta.