martes, 11 de marzo de 2014

El mal

EL MAL


«Hubo una, no habrá otra y nadie la echará de menos jamás», se regocijaba la serpiente mientras se hurgaba los colmillos con la auténtica costilla de Adán.

Rutina

RUTINA


Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida. Olvidadas por las habitaciones del caserón de Félix y Ángela, docenas de palanganas languidecen llenas de agua, un agua al principio clara y escasa, que con el paso del tiempo ha comenzado a derramarse por los bordes creando canales y ríos, estanques y mares, y así hasta formar un océano cada vez más profundo que inunda todo el piso. Un agua que años después se ha teñido de negro, de óxido, como si los techos y vigas y tabiques y suelos de este lugar se hubieran aliado para llamar la atención, «¡¡¡…ehhh, necesitamos revoco, que alguien sustituya las tejas rotas, hay que tapar estas grietas…!!!», pero ni Félix ni Ángela advierten la urgencia de esas voces y así continúan, con la monotonía de un matrimonio anegado de goteras y silencios, de charcos e indiferencias, de humedades y apatía. Como toda la vida.

Bob

BOB

Nuestros mismos ojos tiene, no le des más vueltas que me mareas; es nuestro nieto y punto. Sí, está como descafeinado desde que nació, no se oscurece ni a la sombra. ¡Pero mira qué gracioso y chiquitajo es el muy endemoniado, eh!  Déjale, mujer, déjale que dé palmas al barril, que no lo va a romper. No, yo tampoco sé de dónde se ha sacado esa palabra, ¿cómo era? Ah, sí, reggae. ¿Que no se deja cortar el pelo? Bueno, ¿y qué? A mí me gustan esas greñas.





El vigilante

EL VIGILANTE

Tanto visitante inesperado me tiene más que harto: una legión de japoneses no para de lanzar flashes con sus cámaras; una guía con un paraguas abierto dirige a unos rubios gordinflones y medio borrachos que aplauden sin ton ni son cada cuadro de la galería… Pero los que me dan pena son los estudiantes de Bellas Artes ahí, sentados en el banco frente al cuadro, inmóviles como estatuas, con sus lápices afilados, incapaces de dibujar nada en sus cuadernos sin estrenar...
En la tienda del museo venden láminas del famoso «Lienzo en blanco». No sé qué pensará mi mujer cuando me vea llegar esta noche con una de esas réplicas a casa.



domingo, 2 de marzo de 2014

La familia Dumm

LA FAMILIA DUMM

—Pero ¿cómo pudo salir el bebé despedido por el parabrisas? —preguntó el técnico a su compañero, que tomaba fotografías del cuerpo desmadejado en el asfalto a quince metros del vehículo—. ¿No iba sujeto con el cinturón a la sillita? Estas distracciones, Douglas, salen muy caras, qué desastre… ¿Dónde ha ido a parar la cabeza?
—Un lamentable error, sí —reconoció este. Metió el despojo en una bolsa que llevaba al hombro y señaló hacia las ramas de un árbol—. ¿No es aquello de allí?
Asintió con fastidio y siguió anotando en su cuaderno hasta el último detalle del accidente: al señor Dumm le habían desaparecido la nariz y los ojos tras estampar la cara contra la luna delantera. Al menos a la del asiento del copiloto se le había abierto el airbag y solo tenía algunos rasguños en la frente y varias costillas rotas.
—Queda demostrado que a noventa en una curva, con charcos y lloviendo, estos neumáticos no agarran bien, tendremos que seguir investigando. Ah, y no olvides revisar el dispositivo de apertura de los airbag.
Terminado el informe, sujetaron por las piernas a los dos muñecos y los arrastraron hasta el almacén.

Sin perdón

SIN PERDÓN


Agazapado tras su mesa de roble, el ministro miró por el objetivo y apuntó al chico de gafas que tenía un libro entre sus manos, al músico callejero y a un mimo disfrazado de estatua de la libertad.

Servicio doméstico


SERVICIO DOMÉSTICO

Y allí sigue en silencio, acumulando polvo, junto al proyector de cine, el barco pirata y la nave espacial. Toooda una colección de chatarra en la estantería que cada mañana tengo que repasar con el plumero.
Arturito, con las legañas todavía puestas, no les quita ojo mientras yo paso el aspirador de un extremo a otro de la sala. Su padre, sin afeitar y pendiente del teléfono, rumia que «este niño tiene madera, se fija en todos los detalles, le veo  futuro como artista…». Vaya cantidad de sandeces. Lo único que veo yo son dos zapatillas de Bob Esponja debajo de la mesa del salón. Malditas vacaciones escolares. Y ya veremos si este mes me pagan.



sábado, 1 de marzo de 2014

Malos tiempos

MALOS TIEMPOS

Qué nubes tan negras… ¿Ni en abril nos va a dar el tiempo un respiro? —se lamentaba Luigi apoyado en el quicio de la ventana. Le dio otro ataque de tos «…me acabo este paquete y lo dejo, son ya más de cuarenta años fumando…» y se acercó a escupir al lavabo, evitando mirar el rostro cetrino que le devolvía el espejo. Arrojó la colilla al inodoro y tiró de la cisterna.
Lo primero que hacía Luigi nada más levantarse era liarse un cigarrillo. Se vestía a toda prisa para no quedarse helado, despertaba con suavidad a Mary y calentaba en el hornillo el café que había sobrado del día anterior. Mientras se abrasaba la lengua con el brebaje, la observaba ponerse el disfraz y sacaba de debajo de la cama la antorcha y los zapatones. Después, le pintaba la cara de verde y ella le dibujaba algo parecido a una sonrisa con ceras de colores. Ya preparados, bajaban las escaleras de la pensión en dirección al parque. Hacía dos años que Luigi compartía acera y cama con Mary, la Estatua de la Libertad.
—Si se da bien el día, hoy cenamos en la taberna —le prometió él.
Se despidieron rozándose los labios para no estropearse el maquillaje. «…Y no fumes tanto, Luigi, que no te hace bien…» le insistió la mujer antes de irse a buscar la caja de cervezas vacía que escondía en un callejón cercano. Se colocó junto a un semáforo, se subió encima de la caja y se dispuso a pasar la jornada allí, inmóvil, observando a los ejecutivos hablando por sus móviles; a los escolares con sus mochilas a cuestas; a las señoras arrastrando los carros de la compra… Él caminaba de arriba abajo saludando a los peatones, ofreciendo sus globos medio desinflados a las mamás con niños, haciendo juegos de malabares…
—Ese payaso debería mudarse de vez en cuando ¡vaya lamparones! —Dos señoras sujetaban con ambas manos sus bolsos mientras se alejaban alameda abajo a paso ligero. De tanto en tanto volvían la cabeza. Luigi se dejó caer en un banco; a veces la presión del pecho no le dejaba respirar.
—No les hagas caso, Luigi —le intentó animar el barbudo del violín ofreciéndole tabaco de liar al tiempo que señalaba con un dedo el cielo gris—. Igual hoy aguanta, ni los de la tele lo saben. Pero estoy pensando en irme a alguna ciudad del sur donde no llueva todo el año. Y tú deberías hacer lo mismo, esta humedad no es buena para la salud.
—Gracias, amigo. Mientras saquemos para dormir y comer caliente, estaremos bien. A mi edad ya no espero nada. En cambio, me preocupa Mary, oh Dios… Si la hubiese conocido hace treinta años… Pero mejor no darle vueltas.
Un trueno retumbó a lo lejos. Los días que les pillaba la lluvia, las gotas de agua resbalaban por sus caras arrastrando sus máscaras, emborronándoles el rostro, lo que significaba tener que regresar temprano a la pensión con apenas un puñado de monedas en el bolsillo. Entonces se sentaban sobre el colchón a compartir un bocadillo de mortadela hasta la hora de meterse bajo las sábanas. Unas veces muy pegados el uno al otro, como el que presiente que se hunde el suelo bajo sus pies; otras, cada uno en su lado de la cama, en silencio, con la mirada fija en la pared desconchada de enfrente, aguardando la llegada del sueño.
—Date prisa, Mary, que va a caer una buena. —Un cielo cada vez más encapotado les urgía, amenazante. Escondieron la caja al fondo del callejón y cogidos de la mano atravesaron corriendo el parque.
Al llegar al cuartucho los dos estaban empapados. Se secaron con unas toallas y comieron unas galletas. Mary colgó las ropas caladas en unas perchas antes de meterse tiritando en la cama. Luigi se acostó a su lado, abrazándola por la espalda hasta que se quedó dormida.
Con mucho cuidado para no despertarla, Luigi se levantó y se dirigió al váter. Tapándose con un puño la boca, trató de ahogar la tos mientras escupía sangre en el lavabo. Con la mano con la que se aferraba a la loza se topó con la maquinilla de afeitar. Deslizó una y otra vez un dedo sobre el filo oxidado y con los ojos cerrados se dejó caer sobre las baldosas
Afuera, la lluvia seguía golpeando furiosa el cristal de la ventana.