ENTERRADO VIVO
Luego cruzó el pasillo, bajó al sótano y mató al
prisionero con una espada de samurái. Tras aclararse las manos con agua sucia se
tumbó en el camastro, abrazado a él. Al día siguiente le estampó un puñetazo
directo en la frente, en eso había sido de joven campeón. Noche tras noche, año
tras año, repitió la misma rutina probando distintos métodos: una soga al
cuello, la cabeza metida en la taza del váter, un tiro en la sien… Cuando
cuarenta años después un juez anuló su sentencia a morir en la horca, el
anciano que atravesó el corredor de la muerte hacia la salida iba acompañado de miles de cadáveres andantes.