LA BEATA
La vergüenza que nos ganamos aquella noche, en cambio,
nos acompañaría para siempre: los dos en cueros, danzando ebrios delante de una
hoguera en una playa de Brasil, qué cruz. Cada vez que me acerco al
confesionario me santiguo una y mil veces para alejar el tormento de mi corazón.
Noto que se me eriza hasta el vello del pubis, pese a la ventanilla
cuadriculada que me separa del atractivo padre Greg, tan bronceado...