LA HISTORIA INTERMINABLE
Como cada mañana sobre las ocho, Mariola ficha con
su tarjeta al llegar a la oficina.
—¡¡¡Cliiin!!! Plan-ta-ba-ja —retumba una voz átona.
Se monta en el ascensor junto a otros cinco, seis es
el máximo permitido, según indica la chapa metálica del fabricante.
—Buenos días —saluda educado Chuchi, de Renta, el
último en subirse.
—¡Serán para ti! Ayer en el telediario dieron sol y mira
qué chupa traigo. ¡Nunca aciertan! —reniega Pepa, de IVA—. Menos mal que soy
previsora. —Y saca unas manoletinas del bolso, explicando que lo mejor es
llevarse calzado de repuesto para no estar con los pies calados todo el día.
Paco escucha muy atento la conversación.
—Yo vengo preparado —dice agitando su paraguas de
colorines—. Se lo he cogido a mi hija.
—¿Pero el arcoíris no era la bandera del orgullo gay? —pregunta inocente Pedro.
—¡Paco, marica! —Charo, de Recaudación, siempre tan
puñetera, termina de hundirle el día a Paco, que oculta sonrojado el paraguas
debajo de la gabardina.
Como cada mañana cuando llega a su planta, Mariola
decide que a partir del siguiente lunes sube por las escaleras, se ahorra los
partes meteorológicos y así de paso hace un poco de ejercicio.