TIEMPOS NUEVOS
Al principio, nadie le dio importancia. A todos les
pareció hasta divertido que Laura, siempre tan desaliñada, que igual le daba
andar con la misma falda toda la semana que con el pelo recogido de cualquier
manera en una coleta, de pronto se pasara horas cepillándose la melena frente
al espejo de su habitación.
Amparo fue la primera en darse cuenta de la
metamorfosis. Un viernes a la hora de cenar, mientras servía en los platos unos
muslos de pollo, se fijó en que llevaba las uñas pintadas de rosa chicle.
Prefirió no molestarla con sus comentarios, pues Laura era muy suya y a veces
demostraba muy mal carácter cuando veía invadido su terreno, pero se propuso
vigilarla muy de cerca.
El sábado por la mañana apareció por la puerta de
casa estrenando flequillo y una media melena color caramelo. La verdad es que
le favorecía mucho.
—Oye, Lorenzo —Amparo se acercó hasta el sofá donde
dormitaba su marido tapado hasta el cuello con las hojas del periódico— no te
hagas el tonto, que has visto lo mismo que yo. ¿Qué te parecen esos cambios?
Estoy un poco mosca, quizá deberíamos hablar con ella. —Dicho esto, le dio un
manotazo en la cabeza—. ¿Me estás escuchando? Y baja los pies del sofá, corcho,
te he dicho mil veces que tienes que dar ejemplo a tus hijos.
—Déjala tranquila, mujer, serán cosas de la edad.
Además, ¿qué hay de malo en que quiera ponerse guapa? Ya era hora de que se
arreglara, que iba hecha un asco —respondió Lorenzo entre bostezos.
Ese día por la tarde, mientras esperaban a que
empezara el «Informe Semanal», Laura, que parecía progresar muy rápido en lo
referente a su nuevo estilismo, se plantó en mitad del salón con los labios
pintados de rojo y los ojos perfilados de negro.
—Me voy, que he quedado con unas amigas —informó
mientras metía un brazo en una cazadora de piel que Amparo no recordaba haber
visto antes—. No volveré tarde. Pasadlo bien. —Y a bordo de unos tacones, se
fue hacia la puerta, contoneándose como una modelo de pasarela,
—Vale, vale… —balbuceó Amparo. No se le ocurrió nada
mejor que decir.
Se asomó a la ventana, escondida tras las cortinas
viendo cómo se alejaba a paso inestable calle abajo, y cuando se aseguró de que
estaba lo suficientemente lejos, fue corriendo a su habitación. Sin revolver
mucho para que no se notara que había estado fisgando en sus cosas, echó un
vistazo a los cajones de la cómoda. No le sorprendió demasiado verlos llenos de
esmaltes de uñas, pintalabios, pinceles, coloretes… En cambio, sí que se quedó
pasmada al descubrir el nuevo fondo de armario de Laura. Había arrinconado los
viejos pantalones y faldas y en las perchas colgaban ahora vaqueros de
distintos colores, blusas con escote, vestidos de tirantes… Debajo de la cama,
encontró varias revistas de moda. Pero lo que le alarmó sobremanera fue ver subrayados
con rotulador algunos artículos: unos eran sobre operaciones de aumento de
pecho y otros de relleno para los labios.
—¡Lorenzo, ven aquí en seguida! —chilló fuera de sí.
El hombre se acercó hasta la habitación—. ¡Mira esto!— Muy nerviosa, golpeaba
con el dedo sobre las tetas de silicona que lucía una mujer en una fotografía—.
¿Sigues pensando que exagero?— Amparo se dejó caer en la cama, abrumada— Aquí
pasa algo raro y tú no lo quieres ver. No creo ni siquiera que haya quedado con
sus amigas, más bien sospecho que se está viendo con un hombre.
Lorenzo, aunque intentaba disimular su estupor,
también estaba sorprendido y no sabía qué decir.
—¿Pero es que no lo ves? ¡Si hasta está pensando en
hacerse la cirugía de pato, qué horror! Eso sí que no lo soportaría, cruzarme
con mi suegra todos los días en el pasillo y verla con esos morros de
mamarracha. De mañana no pasa que hables con ella, que a mí nunca me escucha. A
ver si pones un poco de orden en esta casa, ¡que ya está bien!