TUTE DE REYES
―Le has
atizado fuerte, eh, Gervasia ―dice
Herminia clavando la punta del bastón en el cuerpo que yace sobre las baldosas―. Creo que la has matado. Y ahora el pobre cactus qué, ahí en el suelo sin su maceta.
Eres muy bruta.
―Tú acércate
más ―ordena Gervasia desde su silla
de ruedas mientras recoge indignada las cartas del tapete―. ¿Respira
aún?
―No se mueve,
no. Esto no me gusta. Yo me vuelvo al patio, no quiero ser cómplice de una
malhechora.
―¡Espérate,
bruja! Tú también estás metida en el ajo, qué te has creído. A ver, ¿qué diremos si nos detienen?
―Ah, no sé.
Piensa algo, tú que eres tan pragmática ―sugiere Herminia con ironía.
―¿¿¿Qué me has llamado??? ―chilla
lanzándole la baraja a la cabeza, esta vez sin acertar―. Todo lo tengo que hacer yo, leñe. Pues
le diré al juez que nos robaba las perras y que estoy harta de promulgar con ruedas de molino.
―Comulgar,
Gervasia, comulgaaar.
―¿Eeeh?
―Nada. Que
mira, la arrastro hasta el lavabo y así pensarán que resbaló allí. Y guárdate
ese rey de bastos, que
nos puede venir bien para la partida de mus.