BEATÍSIMA
«En
realidad esto del amor no tenía ninguna lógica», refunfuñaba
doña Agustina a la salida de su misa diaria, cuando enganchada del brazo de la
tontaina de su criada, «a
Fernandita la he querido siempre como a una hija, a veces se me olvida que solo
es la doncella», visitaba la tumba de su difunto esposo. Era injusto, con
el dineral que le habían costado, que de aquellos rosales solo brotaran
espinas; y que las estúpidas hortensias que había plantado la muy simplona fueran lo más
florido de todo el camposanto.
Aunque lo más intolerable era
el guiño que desde la foto hacía disimuladamente don Saturnino a la muchacha.