DE ANDAMIOS
El mensaje
era claro, conciso, breve y letal: no insistas, decía con un meneo despectivo
de caderas, mientras se alejaba taconeando como una diva sobre los adoquines.
Antes de doblar la esquina, ahuecó con desparpajo su melena pelirroja y
desapareció de mi vista para siempre, dejándome con un calorcillo pegado a los
pantalones que solo una morenaza de ceñidos vaqueros logró avivar una eternidad
después; concretamente, medio saco de cemento y un muro de ladrillos más tarde.