A LA
HORA DE LA CENA
—Muy rica la sopa. —Ernesto
sujeta el plato con las dos manos y se lo lleva a la boca para darle unos
lametones.
—Ernesto, ni se te ocurra
hacer esas guarradas mañana en casa de tu hija, que la pones en ridículo
delante del marido y no quiero tenerla otra vez.
—Uuuy, sí, el señorito que mea
colonia. Ni que por tener una perfumería fuera más que nosotros, —Hace unas gárgaras con el tintorro antes de
tragárselo—. Qué finos os habéis vuelto todos, de verdad. Pues si me ha gustado
qué, leñe. Mira —le estira el plato como si fuera un trofeo— lo he dejado
reluciente. ¿Qué hay de segundo?
—Muslo de pollo que sobró de
ayer. Yo ya no tengo más hambre, me la has quitado. —Luisa recoge los dos
platos y las cucharas y desaparece por el pasillo. Al rato se oye el clinc del microondas y vuelve a la sala
con un plato humeante.
—No te cabrees, gordi,
vengaaa… —mete la mano por debajo de la bata de franela mientras ella pone la
comida en la mesa— que luego te digo un par de cositas en la cama, ya verás…
Ella le da un manotazo en la
cabeza no muy fuerte y se sienta a su lado.
—A ver, tontina, no te me
enfades —le dice con voz meliflua—. ¿Te ha pasado algo hoy? No me digas que se
te ha vuelto a escapar el perro.
Ella apoya la mandíbula sobre
la mano y suspira.
—Estoy un poco fatigada. Ya
sabes que hoy ha caído la primera nevada y lo que eso significa.
—Ese viejo me tiene hasta los
cojones. ¿Por qué no te buscas otra casa que limpiar?
—Paga muy bien, ya lo sabes. Y
casi no ensucia. Y a mi edad no estoy yo ya como para andar deslomándome
fregando suelos en casas llenas de niños.
—Bueno, y entonces ¿qué? ¿Lo
mismo de todos los años, o qué? —interroga cruzándose de brazos.
—Pues sí. Hemos subido al
desván y he tenido que apartar no sé cuántos cachivaches. Luego he pasado el
plumero por encima al dichoso muñeco y nos hemos llegado al parque arrastrándolo.
La gente nos miraba raro, un poco de apuro pasé. Y, o cada año pesa más, o me
estoy haciendo vieja.
—Está un poco soso el pollo. Pásame
la sal, anda —ella le alarga el salero y
él se queda mirándolo muy concentrado—. Pues mira, se me acaba de ocurrir una
idea. Igual una noche de estas que no me vea nadie, cuando saque al Buddy, me
acerco al parque ese con un paquete de sal y se la echo por encima al puto
muñeco de nieve. A ver si se derrite de una vez.