EL EXTRANJERO
—Con este decomiso ya van
cuatro hoy —aseveró
el juez al tipo que levitaba en la sala, señalando la esterilla tirada delante
del estrado—. Y
esta vez tenemos el testimonio del propietario de la lavandería, que le vio
salir con ella. —Y dirigiéndose al traductor, prosiguió—: ¿No
cree que el detenido debería considerar un plan serio de futuro como, no sé,
sacarse el carné de conducir, por ejemplo?
Es peligroso ir volando por ahí en una moqueta, ¿sabe? Y no digamos en
un tapete de cartas. ¿Tiene algo que decir?
—El acusado, señor —intervino
tímidamente el intérprete— ronca hace rato. ¿Podemos aplazar la vista unas horas?
—Tendrá sueño, pobre —se
enterneció el juez, arropándole con una alfombra de la sala—. No me
extraña, con tanto trajín. Que descanse, déjele. Pero asegúrese de que, cuando
despierte, no vaya a escaparse subido en el felpudo de la entrada.