AURAS
—…Y las azules, las del abuelo, revelan unos
pulmones fríos. Porque aquel del puro chamuscándole los bigotes es tu
abuelo, ¿no? —dijo Theresse,
apuntando con un dedo al porche mientras fumábamos unos canutos en el jardín—. Cáncer, sin
duda.
—Sí —respondí
mosqueada—. Los
médicos le han dado dos meses de vida.
—El verde-grisáceo sobre tu cabeza —prosiguió
refiriéndose a mí— indica un conflicto sin resolver. ¿Te pasa algo, reina?
—Tía Marta —interrumpió mi sobrino de catorce
años, que se arrimaba a nosotros en cuanto le olía a hierba—: el rojo entre las
piernas de Theresse y tu novio cuando se miran, ¿qué es?