viernes, 30 de octubre de 2015

Al otro lado

AL OTRO LADO


Todo lo que pasaba, pasaba por la escalera. Apostado tras la puerta de la entrada, Matías vigilaba el trasiego de los vecinos. Los tablones centenarios crujían con suavidad o protestaban quejumbrosos, abrumados por el peso de sus cuerpos. Algunos peldaños se hundían rendidos bajo las pisadas de las viejas, los saltitos de los niños, el trote de los adolescentes… Matías era capaz de reconocer a muchos de los inquilinos por sus andares cansados o por sus taconeos firmes; incluso identificaba, por su forma de resoplar y arrastrar los pies, a la asistente que venía dos veces por semana cargada con la compra.
Desde que le dio el ictus unos años atrás, no había vuelto a salir de casa. Sentado en su silla de ruedas, permanecía siempre atento al bullicio de la escalera; en su vivienda la única ventana daba a un callejón sombrío, de modo que tuvo que conformarse con oír pasar la vida, en lugar de verla.
Hasta que un jueves oyó en el rellano a dos mujeres comentar que la comunidad había aprobado la instalación de un ascensor. Cuando al lunes siguiente llegó la de Servicios Sociales, tuvo que empujar con todo su cuerpo la puerta bloqueada por la silla para descubrir allí sentado el cadáver de Matías. Llevaba puesto su traje de calle, el sombrero de fieltro y unos  relucientes zapatos negros.