BAJO EL SOL DE AGOSTO
En la
última prueba del día, la organización había resuelto incluir en el circuito unos
obstáculos para hacerlo más emocionante. Ya desde la misma línea de salida los
corredores empezaban a encontrarse con serias dificultades: primero tenían que
subir un barranco muy escarpado; después arreglárselas para no caer desde el
puente tibetano —debajo había un embalse lleno de algas viscosas—: y por último
atravesar estrechos túneles que a veces se hundían, dejando atrapados a los atletas
más corpulentos. Mientras estos luchaban por salir, los otros corrían veloces
para sacarles ventaja, pero los que conseguían cruzar la meta llegaban
seriamente dañados.
—¡Hala,
niños, recoged que nos vamos! —repetía a voces la madre mientras cerraba la
sombrilla y sacudía las toallas—. Quitaos bien la arena y no os dejéis por ahí ningún
muñequito enterrado, ¿eh?