PANTOMIMA
Tras girar a conciencia tres veces la llave en la cerradura «esos
negros del primero no me gustan nada», coge las dos bolsas de plástico: blusas raídas,
zapatos deformados, faldas desfasadas… «Para
los más necesitados, como dijo el padre Ángel». Se recrea complacida
pensando en las perchas y cajones vacíos y el espacio que ha quedado libre en
su armario «mañana empiezan las rebajas», y dirige
sus pasos hacia el centro de acogida, pero en la Plaza Mayor una concentración «si no son los perroflautas, son los del
Sahara, qué pesadez» le obliga a dar un rodeo.
Al llegar, aprieta fuerte el
bolso en su regazo: la fachada pintarrajeada, mujeres negras en estado «son como conejas», niños
mugrientos alborotando en la acera. Tira las bolsas junto a la puerta de la
entrada «vaya pestazo, no tenía que haber estrenado
hoy el abrigo nuevo» y marcha a toda prisa hacia la parroquia.
A punto está de comenzar la
misa, por fin en el templo sagrado. A empellones se hace con un hueco en el
banco de la primera fila, se santigua piadosa, se arrodilla, reclina la cabeza
sobre sus dedos entrelazados y reza el padrenuestro moviendo imperceptiblemente
los labios.
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