LA VIE EST
BELLE
Había logrado
encandilar a los duques d´Artagnac aquella primavera, cuando limpiaba su
piscina de hojarasca y bichos. Siempre a escondidas del uno o la otra, Olivier
o estaba engarzando una flor en el bikini de ella o manoseando bajo el agua al
anciano mientras le enseñaba a bucear. Así, consiguió ese verano el puesto de
patrón en su yate.
Esa tarde de
agosto, mientras el duque sesteaba en una tumbona, Olivier se acuclilló junto a
la esposa para masajear con bronceador el interior de sus muslos. «¡¡¡Ooohh, merci, merci!!!», jadeaba la
mujer, sin apartar la mirada del ceñidísimo bañador del haitiano.
Para aplacar
el calentón, la duquesa se quitó su collar de diamantes y saltó al mar,
agarrada a un salvavidas. Olivier aprovechó el momento para hurgarle la
entrepierna al duque. Subyugado por el patrón haitiano, al hombre se le nubló
la mente, estiró un brazo y desató la cuerda que sujetaba el flotador de la
duquesa. Una ola repentina la hizo desaparecer en cuestión de segundos.
«C´est la
vieee, mon chérieee…», canturreaba el mulato con una mano al timón, alzando
victorioso con la otra el collar, mientras el duque exhalaba su
último aliento atragantado con su miembro viril.