lunes, 20 de junio de 2016

Viaje en familia

VIAJE EN FAMILIA

Al dejar atrás la playa y llegar al pueblecito pesquero cesaron los «clic clic» de las cámaras fotográficas; el grupo que había contratado la visita guiada se estaba empezando a impacientar. Los dos hombres, cargados con una nevera llena de latas de cerveza, insistían en seguir buscando más restos del naufragio en el arenal; no se conformaban con un triste zapato semihundido en la orilla ni con un chaleco salvavidas roto. Frau Schmidt aprovechó la parada para degustar un helado a la sombra con los niños; y los jóvenes Herbert y Klaus desaparecieron por un callejón para fumarse a escondidas un cigarrillo entre las casitas de adobe.
Pero se notaba que el murmullo general era de descontento.
—Está demasiado bien conservado, sin desconchones ni abolladuras ni vías de agua. No tiene pinta de haber estado a la deriva lleno de sirios —protestaba Hilda a Andreas, el guía local, señalando un bote de madera, mientras se untaba con crema protectora el rostro quemado—. Desde luego, y perdona que te diga —prosiguió ajustándose coqueta las gafas de sol—, esta excursión es una birria.
En el autobús de vuelta al hotel, los hombres roncaban en sus asientos, con la barriga llena de cerveza. Frau Schmidt daba palmas, animando a los niños a cantar. Herbert y Klaus iban con los cascos puestos, concentradísimos en sus iphones. Y Hilda se retocaba la máscara de ojos, mirando de soslayo al guía. ¿Se habría fijado en ella aquel mocetón?
Andreas reprimía como podía las lágrimas.