REGRESO A LA BASE
Me
hacía mucha ilusión ser abducida y para ir aclimatándome me apunté a un
cursillo preparatorio al espacio.
En
la cámara antigravedad me mareé dando volteretas y se me indigestó el
liofilizado de pollo al curry, que encima no sabía a nada. Pero lo peor fue en
la cabina de la nave. Estrechísima. Nada más entrar se bloqueó con un click la puerta y me agobié. Enseguida
noté que me estaba dando un sofocón de los gordos. Hasta las orejas me ardían.
«Cuando
estés estresada, respira con el abdomen», solía decirme el monitor de yoga.
«Inspira cinco segundos, mantén el aire otros cinco, expira…». Pues tan fácil
no será, porque me puse a hiperventilar y se me nubló la vista. Metí la mano en
el bolso y busqué la cartera, pero nada. Estaba empezando a ponerme muy
nerviosa. Al final la encontré, menos mal. Siempre llevo dentro unas pastillas
de Lexatin. Me tragué dos. Como tardan unos minutos en hacer efecto, volví a lo
de la respiración: inspira, cuenta hasta tres, ¿o era hasta seis? Uf, qué rato
más horroroso pasé.
Entonces
decidí dejarme de líos platónicos y hacer más caso a mi Pepe, que le salían riquísimas
las paellas.