EL AFILADOR
Desde que
en tiempos inmemorables heredara la motocicleta con el esmeril y la piedra de
afilar, el anciano hacía sonar su chiflo con la conocida melodía cada vez que
aparcaba en la plaza del pueblo. A él acudía regularmente el de la taberna con
su cuchillo jamonero, la criada del caserón con las tijeras de podar o el
chaval pecoso con su navajita de sacar punta a las ramas.
La mañana
que apareció su cadáver degollado en un callejón, la muchedumbre se amontonó a
su alrededor admirando la limpieza del corte y el fulgor del filo de una
guadaña ensangrentada.