EL NÁUFRAGO
En
el lugar más recóndito de la isla encuentra un arroyo de aguas cristalinas.
Después de días mascando yerbajos —no hay cocoteros en este terreno rocoso—, se
inclina sobre la orilla y bebe hasta calmar su sed. Satisfecho, se acurruca en
el césped y se queda dormido.
Pero
de repente le despierta un cacareo que le resulta vagamente familiar y al abrir
un ojo ve al gallo en la puerta entreabierta del barracón y un poco más allá,
un espantapájaros. Se incorpora torpemente del jergón, blasfema al tropezar con
una botella vacía y, antes de que salga el sol, se apresura con sus aperos al
viñedo del marqués.