EN ESTE ESTABLECIMIENTO
—Un whisky
con agua —pidió la
mujer mientras sacaba un cigarrillo de su pitillera. Era bonita. La chica,
digo, no la pitillera. Sentada en aquel taburete de hierro cromado, parecía una
actriz de cine: melena ondulada, sedosa —no llegué a tocarla, claro, pero
parecía suave—; labios rojo pasión, pestañas larguísimas… Enseguida supe que me
había enamorado.
Seguí
observándola de reojo. La muchacha, la diosa, volcaba ahora el contenido del
bolso sobre la barra: kleenex, una
caja de preservativos sabor naranja… Solícito, saqué mi mechero y le
ofrecí fuego. Ella
aspiró el humo, lentamente, y lo expulsó por la nariz.
—¿Vosotros
dos estáis tontos, o qué? —dijo con voz de vinagre el camarero—. ¡A fumar a la
puta calle!