LA NOVEDAD
—¡Nunca
había visto nada igual! —aullaba la muchacha señalando fuera de la gruta.
―Tranquilízate,
Mika ―gruñó la madre alargándole un cuenco con un mejunje verde.
—¿No hay
nada para picar?
—¡Deja
eso, que es el aperitivo de tu padre! —exclamó arrebatándole una escudilla
llena de lombrices—. Toma ―añadió ofreciéndole un trozo de
carne sanguinolenta― hígado. ¿Qué ha pasado?
—Pues que
estaba haciéndome un collar de flores…
—En eso
no has salido a mí —le cortó disgustada—. Siempre dispersándote con tonterías.
¿Cuándo sentarás la cabeza?
—¿Continúo —bostezó
Mika— o me echo una siestecilla?
—¡No!
Sigue…
—Fue un
espectáculo. Comenzó a llover y cayó un dios del cielo, como decís papá y tú.
Pero era un rayo; no, no pongas los ojos en blanco, mamá: era un rayo normal y
corriente. Entonces partió el tejo donde estaba apoyada, menudo susto. Y ahí
que aparece el Gori.
―¿Y qué
hizo el mamarracho de tu marido?
―Agarró
una rama encendida y corrió donde los otros cazadores. Fíjate si será memo que
se le cayó encima del mamut descuartizado, y se pusieron todos a comer ¡carne
quemada!
—Por
favor, ¡qué asco!
—Sí…
Mika se
quedó pensativa, salivando, contemplando el humo a lo lejos.