martes, 21 de noviembre de 2017

Ceguera

CEGUERA


—Desde ese día nadie vende barquillos en el parque —suspiraba el vejete mientras echaba pan a los patos—. No hay mamás tirando de sillitas ni turistas pululando con sus planos arrugados. Tampoco malabares o saltimbanquis. Nada. Añoro hasta las cáscaras de pipas donde los bancos.
Pero a las que no echo nada de menos —reniega golpeando una y otra vez el aire con su bastón blanco— son a las puñeteras palomas. Coño, que caguen en otro lado.