EL
TÍO AMBROSIO
No hubo forma humana de hacer
entrar en razón al del seguro.
—Todos los fardos de alfalfa desperdigados por
el pajar. Tanto levantarme al alba y tanto embalar ¡para nada!
—¿El huracán Irma? —repetía
enarcando una ceja, como el Sobera, el de la tele.
—Sí. Fíjese qué estropicio.
Y el tipo se reía tanto que hasta
se le saltaban las lágrimas.
—Adiós, cuídese —dijo dándome un
golpecito en el hombro. Y se fue.
No sé, me deja pensando. Estos
arañazos en la cara, el carmín alrededor de mi bragueta, el olor a pescado que
me acompaña desde que amanecí sobre una paca esta mañana y las agujetas que
tengo… empiezo también yo a sospechar que lo de anoche no fue solo un sueño.