INTERTEXTUAL
—¡Qué
deliciosa era la vida antes de que las campanadas de media noche convirtieran
los cuatro corceles blancos en ratas, el carruaje de nácar en una enorme
calabaza y mi vestido de fiesta en harapos! —suspiraba la muchacha mientras
limpiaba con desgana las ventanas del balcón—. ¡Qué maravilla bailar con mis
zapatitos de cristal en aquellos suelos de mármol! —se mortificaba, dejando
vagar su mirada más allá de las últimas cumbres que rayaban el horizonte—.
¡Cuánta belleza por descubrir fuera de estas cuatro paredes! —cavilaba,
soñadora. Tanto le aburría hacer de sirvienta para su madrastra y sus dos hijas,
tan feas y estiradas, que aprovechó un momento en que no había nadie cerca para
escapar de su página y asomarse al siguiente cuento. Allí vio a una princesa
agonizando en la soledad de su alcoba tras pincharse con el huso de una rueca.
Mareada al ver tanta sangre, se dio la vuelta y regresó meditabunda a sus
quehaceres.
—Mejor
me quedo aquí con estas —pensó mientras se reponía en la cocina con un trozo de
tarta—, que tampoco se vive tan mal.