martes, 21 de noviembre de 2017

La rabieta

LA RABIETA


—¡Jo, papá! —sollozaba Miko abrazado a la pierna de su padre—. ¡Con lo chulo que me había quedado!
El padre restregaba con hierbajos la pared mientras el niño suplicaba, impotente, viendo cómo resbalaban los chorretones marrón y ocre y rojo de su obra.
—No será porque no te lo ha repetido mil veces tu madre —decía el hombre arrastrándole por el suelo de piedra conforme se desplazaba de derecha a izquierda—: que no quiere ver un león ni en pintura.
—Cuando sea mayor y tenga mi propia gruta —hipaba desconsolado— haré todo lo que yo quiera.
—Venga, no llores. ¿Por qué no dibujas ciervos, o caballos?
—¿Y bisontes, papá? —preguntó más animado.
El hombre, con disimulo, se aseguró de que su esposa no miraba y cogiendo de la mano al pequeño lo condujo al fondo de la cueva.
—Pinta aquí. Pero que no se entere tu madre, ¿eh?