martes, 21 de noviembre de 2017

Penumbra

PENUMBRA

Si no recuerdo mal las veces que oí el canto del gallo, llevábamos ya cuatro días a oscuras y sin movernos de casa. Los que habían pasado desde que volvió papá de la tasca tan borracho como siempre y gritó a mamá más fuerte que nunca. Esa misma noche ella desenroscó todas las bombillas de casa y las guardó bajo llave en un baúl.
Durante todo ese tiempo las tinieblas y el silencio se adueñaron de nuestra cabaña. No nos atrevíamos a desobedecer a mamá, que sin levantarse de la mecedora que había puesto frente a la entrada, nos había prohibido, con voz suave pero rotunda, abrir la puerta y las ventanas.

Al quinto día cayó rendida por el sueño, y mientras roncaba con el rifle en su regazo encendimos un candil. Cuando nuestros ojos se hicieron al fulgor de la vela observamos cómo una de las sombras que se contoneaban en la pared tomaba asiento en la mesa del comedor y le daba un puñetazo. Antes de soplar la llama, oímos un eructo familiar y vimos claramente que le faltaba un trozo de cráneo.